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Un hombre se miraba en los espejos
veía cada día otras imágenes
a través de la gente conocida.
Podía ser un santo o un demonio,
un amante solícito
o un eremita extraño que no hablaba.
Anotaba en libretas
las visiones e instantes del espejo.
Pero un espejo díscolo
de pronto cobró vida,
empezó a perseguirle hasta en los sueños.
Ya no era un simple espejo,
se convirtió en un ser con alma y piel.
Entonces sucedió…
El espejo se hizo sombra y carne
y el hombre pasó a ser un sortilegio
atado a los espectros de la nada.
Ana Muela Sopeña
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4 comentarios:
Los espejos nos persiguen a todos, Ana, y no siempre somos el sortilegio apropiado...
Un abrazote
Marian
Sí, Marian. Son cosas extrañas, pero así son.
Un beso
Ana
Así es la vida, asi somos....espejos para el mundo....persecuciones en singular...
Abrazos
Gracias, Esperanza, por pasar y dejar tus palabras.
Un besito
Ana
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