*
Se miró en el espejo,
los años avanzaban sin un límite.
La soledad venía
a exigir el tributo
ser invisible o caer en la locura.
Respiraban las manos
en un mundo de luces y cemento.
En la virtualidad, todo ficción.
La mujer en la sombra
se hacía lluvia y nieve de sollozos.
La escisión, esa línea
de la angustia.
Un lugar en el reino de los vivos
con la complicidad de cibernautas
y otro lugar oscuro, casi neutro,
en pasillos vacíos,
habitaciones mudas sin las risas
de un compañero tibio,
en esa travesía hacia los márgenes.
En la noche de Orión
la mujer del abismo se miró
en el espejo rítmico del sueño
y desde allí inició caminos cálidos
hacia estrellas lejanas y simbióticas,
partículas azules
en la melancolía
de los vientres henchidos por la luz.
Ana Muela Sopeña
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