*
La ciudad encantada
en la noche se vuelve de madera,
para albergar hechizos de la diosa del mar.
De la zona abisal
peces sin forma
y palabras amadas por las algas.
La soledad por calles
nos permite saber de otros espacios,
donde los hombres aman sin lujuria
y las mujeres mienten, por si acaso.
Se desliza la lluvia por aceras
con gentes condenadas al asfalto
y experiencias dispersas sin un nombre.
Las plazas sabedoras de lo oscuro
contienen la belleza universal
en sus rincones blancos de ceniza.
Los muertos olvidados
se pasean despacio por los parques
y avisan con susurros del abismo.
La urbe duerme en brazos de los dioses
en mausoleos llenos de violetas
y aguarda a que el crepúsculo de fuego
se lleve la nostalgia hacia otra parte.
Ana Muela Sopeña
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