domingo, 17 de octubre de 2010

CON TU PASO SONÁMBULO

*
La ciudad ha perdido sus silencios
al saber que ya pisas sus aceras
con tu paso sonámbulo y disperso
que me persigue siempre, casi oculto.

Las calles ya no son sólo unos nombres,
de pronto han recobrado su alegría.
Te visualizo entero en edificios
que se alzan prepotentes hacia el cielo.

Las plazas hacen eco de tu voz
en los pasos de cebra y los semáforos.
Parece que las luces de neón
reflejan tu sentir en parpadeos.

Las farolas anotan tus mil rutas
y saben que me sigues noche y día,
para experimentar el aire frío
en tu cuerpo de mundos subterráneos.

La urbe enamorada de la ría
conoce tus pasiones solitarias
y tus rumbos prohibidos, soterrados,
en medio de lo sórdido y terrible.

Los portales no sienten ya el temor
al comprobar que portas el secreto
en tu piel almizclada con las gotas
del perfume de todo lo invisible.

La ciudad es testigo de tus huellas
que me buscan sin pausa entre los sueños,
en utopías vanas de cristal,
cada vez que me piensas sin censuras.

Las horas recobradas ya son nuestras
en laberintos níveos y en los círculos
de los dioses descalzos que nos sueñan,
para crear un reino de palabras.

Los tejados recuerdan nuestros nombres
y los balcones graban apellidos,
en la frecuencia extraña de Las Pléyades
o en la luz diluida de los cuásares.

Y los escaparates de las tiendas
nos observan desnudos y expectantes
a través de los ojos asombrados
de tantos maniquíes aburridos.

La ciudad nos enseña que la lluvia
nos invita a sentir toda la luz
entre las sombras ávidas de noches
o en la penumbra abierta de la tarde.

Los camarotes aman en su niebla
nuestra complicidad en la visión,
en el juego de espacios intangibles
o en las rosas sedientas de lo místico.

Un pájaro perdido en su bandada
nos mira desde espejos adheridos
a la ilusión de un tiempo de belleza
en océanos lánguidos sin olas.

Una mujer nos mira desde arriba
entre cortinas blancas del pasado,
pero tú sabes ser ese hombre oscuro
que burla vigilancias excesivas.

El amor es un mirlo entre la escarcha
que persigue su luz en lo imposible
y nos hace sus cómplices de arena
con sus cálidos códigos de bruma.


Ana Muela Sopeña

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