*
El susurro de aquel hombre
era un susurro de metal.
Amaba a una mujer
que vivía en la escarcha, en el alero.
No quería mirarla muy de cerca
por temor a que un fuego derritiera
el hielo de su cuerpo.
Las palabras de aquel hombre
pertenecían
al círculo infinito
de una soledad perpetua y fría.
Ansiaba a una mujer anestesiada,
para no zaherirla,
pero luego invocaba hembras muy cálidas
para volver a ser un hombre vivo.
Ana Muela Sopeña
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