martes, 11 de octubre de 2011

DOCE PUNTAS DE PIEDRA

*
Aquella plaza lloraba
y su estrella de las olas,
con doce puntas de piedra,
lucía al mundo la soga
de inquietante soledad
dentro de un reloj sin horas.

La travesía nocturna
se prolongó hasta el alba
y después de los abrazos
ya no tuvimos palabras
para hacer la despedida
en un círculo de alas.

En el camino del frío
encontramos el comienzo
de un instante detenido
más allá del sentimiento,
en las moradas de lunas
consagradas a los ecos.

Aquella noche de charla
dibujé un círculo rojo
entre las calles de luz
y las aceras de lobos,
para soñar con ciudades
sumergidas en sus rombos.

En los vórtices de bruma
de la sonámbula urbe
nos atrevimos a ser
compañeros de una nube,
hermanos de lluvia y agua,
camaradas sin azufre.

Aquel día tan extraño
lo recuerdo en nebulosa
como si fuera una imagen
atrapada entre las sombras,
como utopía y silencio,
habitación de una rosa.

Han pasado ya tres años
desde aquellas horas dulces
que hoy vuelven a mi memoria
como umbrales de lo inmune,
donde no existe el naufragio
ni el vacío que perdure.


Ana Muela Sopeña

4 comentarios:

Unknown dijo...

Es un poema de auténtico ensueño. Así lo etiquetaría yo si mío fuera.

Un placer recrearse en estos versos, Ana.

Un abrazo

Ana Muela Sopeña dijo...

Gracias, Manuel.

Es un placer tu visita a estos versos.

Un abrazo

Anónimo dijo...

Todo llega, y todo pasa. Luego todo es silencio y evocación. Después todo es huella dejada en un poema.
Un abrazo.

Ana Muela Sopeña dijo...

Este romance es la evocación de un instante detenido en el tiempo...

Un abrazo