*
Un día contemplé
tu rostro desolado de orfandad
entre las calles ateridas.
Aquella visión nítida
nunca saldrá de mi memoria.
Y quise compensarte
de tantos sinsabores de la vida
con un manto muy cálido de risa
y caricias pequeñas, sin aspirar a más.
Pero no pudo ser.
Tu conjuro me hizo ser un ánfora
que ya sólo soñaba con llenarse
de tu esencia ancestral.
Ana Muela Sopeña
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