viernes, 23 de diciembre de 2011

Y SONRÍE

*
Ella siente la ciudad
como una experiencia mística.
Las calles y las plazas
se transforman en mundos de belleza,
para cabalgar bajo la lluvia
que inunda su ilusión con sueños nítidos.

Su cabello ondea bajo el cielo
y sonríe
a los edificios de la urbe.

Adora sentir la libertad
en aceras con gatos.

Contempla las estatuas con escarcha
y sabe
que en su interior
habitan corazones que sienten en secreto.

Y sigue caminando
por la ciudad anónima,
en gotas de las nubes...

Adora los sonidos que provienen
de los escaparates de las tiendas.
Autobuses repletos
con rostros que comulgan con dibujos
de utopías dormidas.

Divisa maniquíes con sus prendas
que nunca comprará,
aunque eso le da igual.

Explora el sol naciente en calles y jardines,
por la ciudad desierta.

Sabe que cada día
es una aventura
sin límites ni marcas bajo el vértigo.

Se abre a las corrientes submarinas
que habitan en las piedras de las casas
o en las maderas de los bancos...

Fluye como si fuera ya invisible
en microscópicas partículas
que los tejados enigmáticos
conservan sin palabras.

Contagia,
a través de su mirada imperceptible,
la esperanza de otro mundo,
para soñar desnuda, sin las máscaras,
con relaciones sin disfraces.

Abandona sus huellas en grandes avenidas
y contempla los coches,
el tráfico, la música
de esta ciudad que avanza hacia la nada.

De pronto,
observa cómo hay grupos de personas
que parecen felices y contentas.

Puede que sea un espejismo
o quizás sea cierto...

Y asume como un péndulo
la existencia de nieve,
en la perplejidad que abarca el todo
en la conciencia primitiva
de un universo etéreo y conocido.

Ella
desciende por las rampas
de la memoria atávica, tan dulce,
y deja con el musgo
y en ramas de los árboles
con sus luces azules
los recuerdos de tardes en la magia.

Asciende hacia las cumbres
de lugares que aún no se definen
en la cartografía de sus noches.

Y prosigue su rumbo hacia los vórtices
de las esferas suaves del azar...


Ana Muela Sopeña

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