sábado, 12 de julio de 2014

ÁNGEL CAÍDO

*
Por las calles de niebla
contemplo los espejos abisales
donde no llega el llanto de la luna.

Sobre un parque de sauces,
en un quiosco de ensueño,
veo un ángel caído
con sus brazos de lluvia y su tez blanca.

Me susurra sin lágrimas, palabras
que me llevan a tumbas
desnudas como rosas en invierno.

En su piel de icebergs
habitan despedidas, la crueldad,
los nombres olvidados,
la traición.

Muchas reencarnaciones de odio puro,
experiencias en flor de barro y tierra.

En sus ojos infames lo perverso
para doblar el filo de lo cándido.

En sus alas los códigos del miedo,
el pánico de todo lo creado.

En sus labios de acero,
llave, herida,
la sed de seducción,
el beso, arena.

Su cuerpo entre los sueños
me llamó
para que todo fuera más sutil
pero al final el karma de lo oscuro
venció con su indomable espada bífida
e inundó mis entrañas de Saturno.

Cicatrices amadas, viento, grietas,
las fisuras del rojo corazón
con animales muertos en sepulcros.

El ángel negro dijo en otro idioma
los nombres de tormentas y de bosques,
después se disolvió como un relámpago
en la nada voraz de lo increado.

Ahora en mis paseos solitarios
miro despacio el cielo y la ciudad,
busco la vibración de aquellas alas
que un día se cayeron al abismo.

Ángel caído en forma de desierto,
la gran luz de la búsqueda infinita
más allá de la infancia y soledad,
justo sobre la sangre de las vírgenes.

Mi espíritu de fuego ahora es éter
para poder rasgar desparaísos
y construir con letras ancestrales
alfabetos de árboles, galaxias...


Ana Muela Sopeña

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