sábado, 5 de julio de 2014

LICANTROPÍA URBANA

*
Merodea en las plazas el licántropo
a la búsqueda única
de víctimas prendadas de silencio.


Olfatea desdicha
en túneles de barro.


Adora de la niebla ese reflejo
que ampara la humedad de las mujeres.


Lanza su aullido lleno de deseo
como alarma en la noche.


Una mujer de fuego se abalanza
sobre su cuerpo cruel y sanguinario.


El tiempo no perdona.


La urbe se detiene entre las sombras.


Hechizos y latidos, cumbre,
orgasmo.


Jadeos mientras mueren universos.


Una mirada cómplice que sana.


La función toma forma
como drama romántico...


Las vísceras de amianto
tiradas por el suelo de la luna.


El hígado, los ojos, los riñones,
el corazón del mundo destrozado.


Sale un lucero pérfido
en el firmamento de la herida.


El licántropo huye satisfecho,
la víctima se viste poco a poco.


Otro día propicio para el luto.


El amor y la muerte despiadados.


La maldición se rompería
si la bestia caníbal
hallara en un espejo
una hembra licántropa
que lo convirtiese en sal
con su bala de plata
y sus garras de arena...


Liturgia de las horas, 
exterminio.


La vida trepidante en el sollozo.


La destrucción del vértigo
mientras la tarde graba y reproduce
el ritual de la sangre y la condena.


En otra calle oscura...
hay un lugar dispuesto para el llanto.


Ana Muela Sopeña

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