domingo, 23 de agosto de 2015

VIAJE HACIA LA LUZ

*
El cuerpo se desprende de lo denso
y deja en el planeta las mil sombras,
para partir contento hacia la luz
y captar la belleza de la rosa.
El alma se prepara para el viaje
y deja las cenizas en la soga
que ata las memorias al pasado
mientras los nombres quedan en la losa.
El espíritu lucha en las tinieblas
para abrazar al ángel de las obras
y liberarse pronto de lo pérfido
en medio de batallas con las boas.
El ADN muta y se hace cuántico,
deviene suavidad dentro del soma,
persigue el misticismo de los tronos
y pretende asombrar entre las horas.
Las células deambulan por espacios
y huyen de las garras de las cosas,
alteran la sustancia de la esencia,
se desprenden del hambre de las lobas.
Los átomos alteran su frecuencia,
se convierten en soles, nebulosas,
estrellas adoradas por los hombres
y sonidos sagrados en las bodas.
La mónada traduce su misión
al lenguaje ritual que siempre asoma
por la sonrisa blanca de un arcángel
que cumple los mandatos en sus loas.
El ser se hace de fuego poco a poco,
y calma la materia y la transforma,
la inunda con las llamas del amor
y desintegra el plomo con su boca.
El elemento tierra se hace éter
y cambia su sentir cuando lo roza
con límites de tiempo en otra historia
que huye de la vida cuando invoca.
El aire sideral se hace de hielo,
inocula su frío en una ola
que marca su presagio sumergida
al trasluz del intento de una roca.
La trayectoria nítida del agua
descubre la hermosura en la hora nona
abrazada a los cuásares eonarios
que entronizan las letras en sus ondas.
El cuerpo se transmuta en una estrella
que se alza como música y derrota
a Luzbel y a sus huestes infernales
con el pulso y la sal de supernova.


Ana Muela Sopeña

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