viernes, 13 de enero de 2017

CIUDAD HABITADA

*
La ciudad habitada se despierta
con edificios mágicos de luna
que atrapan la nostalgia de la gente
a la hora silenciosa del crepúsculo.

Las ventanas observan
mientras detrás de las cortinas
alguien se mueve con sigilo.

Los parques se parecen a la bruma
en ellos las parejas van tejiendo
el tapiz del amor y sus conjuros.

Farolas de espejismos
secuencian la distancia quietamente
en las noches abiertas al futuro.

Los quioscos nos contemplan con revistas
desde papeles vírgenes.

Siento el asfalto duro de la urbe
que lucha por llegar al universo
de la galaxia única.

Semáforos envueltos en tristeza
se sumergen en charcos, soles, nubes,
mientras cae el granizo.

Veo un escaparate en la distancia
que dicta las etapas
para seguir amando cuando hay nieve.

Las plazas son reductos del ayer,
conservan el pasado en sus anécdotas
y el porvenir desnudo en sus relojes.

La estación se rebela cada día
al ver a transeúntes concentrados
pasar con ansiedad.

Marquesinas azules, rojas, blancas,
albergan a los seres
que van muriendo en vidas tan vacías.

Un paso cebra lúdico
aguarda la belleza de lo oculto.

Los portales de sombra se deslizan
por las paredes grises,
antes de que un mendigo mire al cielo
y ofrezca sus plegarias a los ángeles.

Bares donde los hombres
olvidan que son hombres
y juegan con minutos
que nunca han existido...

Cafeterías frescas en verano,
refugios de otra época
inmersa en los rincones
de la soledad más infinita.

Autobuses de amantes
persiguen utopías
en sus trayectos vanos.

Los trenes son metáforas
de uniones imposibles.

Tranvías en la aurora
hablan desde el recuerdo
de sueños censurados por la historia.

Discotecas abiertas al destino
parecen escondites
de las rutas
que deliran sin traumas.

Los bingos son los antros de la perdición de los apátridas.

Los casinos son templos
de preguntas sin respuestas,
encerradas en luz, que presiden suburbios.

Heladerías
que conectan el hambre
con el placer más errabundo.

Escuelas donde el paso de los años
se consagra sin miedo a los más jóvenes.

Las tiendas son liturgia
del incesante aliento
que nos lleva a comprar y a consumir
sólo por la lujuria de tener.

Letreros luminosos
avanzando en la niebla
nos cuentan al oído
sus secretos.

En barrios marginados los burdeles albergan confidencias
que jamás se escucharán en otros mundos.

Las estatuas se llevan las palabras, las cosas no vividas,
las frases que se fueron al abismo.
Una fuente sonora tintinea en la herida más profunda
como símbolo altivo de la sangre.

Las campanas repican
a misa de difuntos
y un carillón lejano se hace eco
del ladrido de un perro.

Teatros como máscaras de agua
invierten sus momentos
antes de que la lluvia los delate.

Un cine,
que en otro tiempo fue algo mítico,
se extinguió en la memoria.

Mercados que se esmeran cada día
por llevar la ciudad
al eterno retorno...

Las calles laberínticas me llevan
a través de las luces de la tarde
a un espacio sin nombre...


Ana Muela Sopeña

4 comentarios:

carlos perrotti dijo...

No se te ha ocurrido que alguien debiera ponerles música a estos poemas con vorágines de miradas y cavilaciones? Como los viejos talkin' blues urbanos. Son geniales, Ana. Me encantan porque además tienen musicalidad propia.

Abrazos.

Ana Muela Sopeña dijo...

No lo había pensado, Carlos. Tendré que reflexionar sobre ello...

Sí, pienso mucho la métrica de cada poema...la musicalidad, la cadencia. Supongo que se nota.

Un fuerte abrazo
Ana

José Manuel F. Febles dijo...

Se nota algo muy importante, Ana, que eres una maravillosa poeta, y como dice Carlos Perroti, alguien debe ponerles una música acorde con la inmensa calidad que poseen.

Abrazos.

José Manuel F. Febles, desde mi isla

Ana Muela Sopeña dijo...

Gracias, José Manuel, por tus palabras.

Un fuerte abrazo desde Bilbao
Ana