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Algo terrible iba a suceder
y todos lo intuíamos.
Podía ser en cualquier parte.
El mundo, hoy por hoy,
se ha vuelto pequeñito.
El llanto colectivo, sin límites de raza ni de credo,
se eleva este Domingo
de Resurrección.
Solo por las creencias y la fe,
solo por ser valiente y defender
la religión del Libro y de la Cruz.
Me pregunto en silencio
a dónde vamos.
Por qué seguimos todos
inmersos en las guerras
de religión.
No encuentro la respuesta.
Se habla de tolerancia,
de Derechos Humanos,
de comprender al otro y escuchar;
mas la realidad campa por libre
y discurre tristemente
por los ríos fanáticos
de ideas obsesivas,
por la violencia extrema,
por la intransigencia,
por la falta de diálogo.
Varias bombas en Sri Lanka.
Unas en templos cristianos
otras en grandes hoteles...
Humanos calcinados sin historia,
por la Historia de un mundo
en descomposición y deterioro.
Muertes entrelazadas con las lágrimas
de todas las personas de buena voluntad.
Plegarias aplastadas por la herida,
sumadas a la sangre de tantos inocentes.
Señores y señoras terroristas:
¿no entienden que su causa es algo absurdo?
¿no entienden que el lavado de cerebro
les ha hecho derrapar por la locura?
Es hora de que vuelvan a ser seres nacidos para amar y dialogar
y no simples robots de destrucción
usados por los monstruos del averno.
Ana Muela Sopeña
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4 comentarios:
El terrorismo es un alacra. Da grima
Un abrazo
Excelso poema, Ana. Te felicito por traducir así tu mirada para que me pueda identificar.
Abrazos hasta allá.
Cierto, Albada:
Gracias por venir.
Un beso
Muchas gracias, Carlos:
Un fuerte abrazo transoceánico
Ana
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