lunes, 17 de febrero de 2020

EL VAGÓN DE METRO


Observé sin descaro a la gente que viajaba en mi vagón. Una estudiante rubia con sus libros. Iba mirando el móvil. Chateaba y jugaba al mismo tiempo. Horas de eternidad. Quién tuviera ahora mismo diecinueve, para mirar el mundo con asombro. Allí vi a una señora con un niño en cochecito. Seguramente estaba concentrada en los primeros meses de su hijo. Un hombre invisible que miraba expectante desde el otro lado del silencio. Sus ojos eran piedras y su cuerpo parecía un armatoste. Se movía despacio a pesar de no ser un jubilado. Frente a mí una pareja. Se hablaban al oído y se reían. Se contaban secretos o chistes, no se sabe. Una anciana con rostro de metal. Con su cabello corto teñido de caoba. De joven es posible que hubiera sido una belleza. Ahora simplemente respiraba. Sus ojos eran duros con dos profundos surcos de tristeza. Nadie conoce qué pudo pasarle para rendirse así ante la vida.
Un hombre con un libro. Leía ávidamente, como si algo extraño le turbara o escapara de alguien. Un padre con su niña de seis o siete años. La niña era risueña y su padre miraba a todos lados, por si acaso...
Llegué a mi estación. Al bajar al andén, me di cuenta de que todos compartíamos varias dimensiones. Este planeta era nuestro lugar de paso y en el vagón podíamos sentir que nuestra vida era efímera...


Ana Muela Sopeña

13 comentarios:

Fackel dijo...

Es que de hecho hay varias dimensiones, unas compartidas, otras personalizadas. Lo curioso de observar a los viajeros de un metro o de un autobús o de un tren o de un lugar de espera cualquiera es se pueden arriesgar sugerencia que quedan dentro de nosotros. A qué clase social pertenece, qué oficio o carencia del mismo tiene, qué actitud ante la vida, si sufre algún mal o está marcado por una preocupación, si su estado mental es normal o tiene afección neurológica, incluso si le priva alguna clase de ilusiones o está abandonado a una desconexión paulatina y letal. Esto me ha hecho pensar tu post. Gracias.

Ana Muela Sopeña dijo...

Hay tantas vidas en las personas que viajan en un metro, tren o autobús...

Podemos imaginar sus circunstancias, como bien dices. En ocasiones a lo mejor acertamos. En otras los estereotipos nos llevarán a conclusiones erróneas.

Lo que sí es cierto es que vivimos muchas dimensiones al mismo tiempo.

Y también que todo es inpermanencia.

Un abrazo
Gracias por acercarte, Fackel

Ana Muela Sopeña dijo...

Impermanencia

Albada Dos dijo...

Interesante reflexión final. Hemos coincidido, como vetores de todas partes, en un sitio concreto, dejando que el azar uniera, por unos minutos, las realidades tan diferentes.

El tipo de devora el libro, o es devorado por él, con la ansiedad de quien siempre llega tarde, me ha causado una sonrisa. Un abrazo

Rafael Humberto Lizarazo Goyeneche dijo...

Cada ser es un mundo aparte, Ana, un universo en cada persona todos bajo el mismo cielo.

Un abrazo.

Laura dijo...

Disimuladamente observo y me imagino como será la vida de cuantos me rodean... prefiero hacer eso que estar mirando la pantalla del móvil en cualquier vagón... esa estampa me produce tristeza, todo el mundo mirando hacia abajo...
Un abrazo.

carlos perrotti dijo...

Ateo de la realidad el poeta con sólo verla consigue recrearla...

Abrazo inmenso, Ana!!

Hidra dijo...

La belleza de mirar lo que nos rodea.
Un abrazo, Ana.

Ana Muela Sopeña dijo...

Hola, Albada:

Siempre es un misterio la cantidad de gente con la que nos topamos cada día y que no conocemos.

Un beso

Ana Muela Sopeña dijo...

Rafael, es cierto lo que dices.

Gracias por venir.

Un beso

Ana Muela Sopeña dijo...

Laura:

Es cierto que produce tristeza que en el metro la gente vaya mirando el móvil. Deberíamos mirar más el cielo y menos las pantallas.

Un beso

Ana Muela Sopeña dijo...

Gracias, Carlos, por acercarte a este rincón de letras.

Un abrazo

Ana Muela Sopeña dijo...

Sí, Hidra:

Un beso
Siempre es un placer verte en mi espacio