martes, 9 de noviembre de 2010

DESNUDEZ ABIERTA

*
Temblor de agua
en tu mundo de sombras,
más allá de la herida o de la noche.

El perfume te incita
a devorar la piel de las sirenas
en el estrado azul de las gaviotas.

Temblor de tierra
cuando sabes que estás solo en la urbe
y caminas sin rumbo por desiertos,
en la desolación y la locura.

El instinto de arena te hace ser
como un reptil de túneles inciertos.

En el caos de un instante
te reconoces frágil.

En la mirada fija y absoluta
te conviertes en rey de la ciudad.

Todo es siempre teatro en tu conciencia,
pero también real
porque tu personaje es el que vive
en límites que inciden en latidos,
en territorios ávidos de aire.

Los márgenes de calles
te dejan los suburbios con sus centros
adheridos a cauces de belleza
de absoluta ebriedad.

Te reconoces solo en un teatro
de niebla consumida por la voz,
pero tú no estás solo
la creación entera es ya tu aliada.

Las alondras te hablan al oído
y te susurran nombres inaudibles.

La soledad no es lo que te impacta
es el descentramiento entre la bruma
ser el hombre que no posee masa,
el humano sin nombre ni apellidos
que deambula en calima por aceras
esperando quizás el gran milagro
de ser visto especial
por la boca que besa sin contratos,
por la piel que se jacta de ser tuya,
por los cuerpos sensuales y divinos
que se abren a las rosas entre hierros,
tras el metal de amianto, en el gran híbrido
que es la ciudad dormida en su desidia.

Es una araña erguida y gigantesca
este lugar tan nuevo y tan antiguo
que domina sin habla
nuestro intento de ser bajo las sábanas.

Es desnudez abierta
lo que tú buscas siempre en callejuelas,
para saberte siempre con el vórtice
de tu Aleph creador de sol y lunas.

Y la estrella de luz, errante y muda
se enternece
al sentirte
vulnerable
entre la oscuridad de lo sublime.

Es la lluvia una amiga sin retorno
que lavará tus culpas sin preguntas,
para soñarte entero en laberintos
y encuentres a tu Ariadna,
más allá de la luz y los aromas,
o el almizcle prendido en precipicios
de animales que salen de las jaulas.

Es el frío de todos los transeúntes
lo que te comunica ser de nadie,
para sentir que todo el caos es tuyo
y buscar los fractales en la niebla,
sobre tejados llenos de palomas.

Los ojos de la gente te recuerdan
que todos vamos siempre con el pánico,
temblando,
sobre una cuerda tensa
en esa incertidumbre...
a través de la vida que nos toca
como una lotería de momentos
atesorando un cúmulo de cosas
en el vientre sin tiempo.

Respiras con tu cuerpo de los bosques
y con tu aspecto lobo de los clanes,
entre las hembras suaves, de retorno
a la época anterior al Neolítico.

Cuando el hombre era simplemente hombre
y la mujer homínida danzante.

Y sigue la comedia de las horas
en la depredación de la mañana,
escondiendo tu oscura piel de lobo
en cuartos de metal y con herrumbre.

Pero todo es un cuento sin final,
porque tú sabes ser dueño de imágenes
y avanzar hacia puntos invisibles,
atando la experiencia en sus detalles
y limando asperezas con tus dedos.


Ana Muela Sopeña

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