*
La jaula nos confunde
y nos permite amar
a la piedra que habita
en el desierto.
La arena se desliza por las manos,
mientras un corazón de lodo y lava
espera de los cielos la respuesta.
Se abren las fisuras
en rocas que persiguen
el rostro pensativo del silencio.
Las piedras en desiertos se parecen
a la desolación más infinita.
Una mujer
vestida como un ángel de la noche
se convierte en estatua:
sin agua y sin oxígeno.
La mujer se desnuda
en horas clandestinas que residen en albas
siniestras como sombras en invierno.
La danza
nos despoja
de las luces que pactan
con el miedo
y unas manos se abren
hacia los cauces libres
del vacío...
Ana Muela Sopeña
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