lunes, 29 de septiembre de 2008

RELOJES ANCLADOS

*
La mujer no podía contemplar los cristales,
sus ojos eran víctimas del pánico de arena.

Creía que los miedos enterrados en humo
crecían en probetas o en frascos de formol.

Ansiaba los deseos habitados por piel
de un animal magnético, sumergido en la sombra.

Su vida eran relojes anclados en la niebla,
con hálitos de barro o instintos deliciosos.

Crecía hacia el subsuelo de la palabra herida
en música de cobre o ritmos de metal.

Se paró ante un espejo y se miró sin prisa
la desnudez del mundo, en su frío de hembra.


Ana Muela Sopeña

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