*
La mujer no podía contemplar los cristales,
sus ojos eran víctimas del pánico de arena.
Creía que los miedos enterrados en humo
crecían en probetas o en frascos de formol.
Ansiaba los deseos habitados por piel
de un animal magnético, sumergido en la sombra.
Su vida eran relojes anclados en la niebla,
con hálitos de barro o instintos deliciosos.
Crecía hacia el subsuelo de la palabra herida
en música de cobre o ritmos de metal.
Se paró ante un espejo y se miró sin prisa
la desnudez del mundo, en su frío de hembra.
Ana Muela Sopeña
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