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Nadie conoce a nadie,
la gente se desprende de su piel
en la sombra del exilio adormecido.
No son actos
de desnudez y confianza.
Es la depredación
devorando el pánico ancestral.
Nadie conoce a nadie...
Llamadas desde móviles,
sms a todas horas,
los teléfonos no paran de sonar.
El chat es un calvario, nunca cesa.
Los faxes se producen
a la velocidad de las gacelas.
El buzón de voz recoge
esos sonidos de lo oscuro.
E-mails como Prozac.
Nadie conoce a nadie
y el teléfono es un rádar.
Ana Muela Sopeña
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