*
En las estanterías
las muñecas esperan
el orden imperante de la nada.
Con sus caritas blancas
de porcelana
y sus ropajes de otro tiempo
se beben con paciencia
las horas entregadas a la aurora.
No pronuncian palabras,
no hablan
no contestan
no lloran
no discrepan.
Las muñecas se duermen
y su sueño se mece entre los siglos.
El tiempo,
en la inmovilidad distante y hueca
de sus cuerpos inertes,
nos habla de que todo es relativo.
Conocí una mujer
que las coleccionaba.
Cada muñeca era para ella
un trofeo de bruma y de constancia.
Las colocaba todas
en las vitrinas luminosas del salón.
Cada vez que compraba una muñeca
sentía que paraba las agujas del reloj,
viajaba en la máquina del tiempo
y siempre iba hacia atrás...
Su colección crecía
como un conjuro mágico,
para exorcizar
el envejecimiento
y la certera muerte...
Ana Muela Sopeña
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
8 comentarios:
Es como medio tétrico el abandonarse a esas muñecas.
Nada de almas, todo de vejez.
Abrz.
Maravilloso! Es increíble que alguien pueda decir esto sobre la inerte existencia del poema. Es la poesía!
Es algo extraño, sí...
Gracias por pasar...
Un abrazo
Todos tememos a la vejez, al paso del tiempo; pero algunos exorcizan dicho miedo de formas extrañas, como: coleccionar seres que nunca cambian de aspecto, o mantener relaciones con personas más jóvenes...Gran poema.
Un beso
Todos los días que puedo entro a tu blog y disfruto leyéndote, aunque no siempre te deje comentarios.
Un abrazo, Ana
Mercedes
Taty, sí, tienes razón. Son curiosas colecciones...
Abrazos
Gracias, Mercedes, por leer...
Un abrazo
Publicar un comentario